"Mostrar
un interés genuino en los demás no sólo le reportará amigos, sino que también
puede crear lealtad en tus amigos"
Dale Carnegie
En su
conducta era muy fiel a sus convicciones. Antes de tomar una decisión, evaluaba
todas las posibilidades. Por ejemplo, si no había podido leer la fecha de
vencimiento de algún producto que compraba su mamá en el supermercado, prefería
no comerlo. Facundo no quería correr riesgos.
Así era en todo. Prudente al
extremo. Y ni hablemos si tenía que elegir un amigo. Antes de confiar en él, lo
pensaba varias veces, averiguando lo más posible acerca de sus gustos, de su
comportamiento en los juegos e incluso de su familia.
Uno de los problemas de tener
esa forma de ser era que todo le insumía el doble de tiempo que a cualquiera. Y
otro de los problemas era que, en muchos casos, las situaciones más simples y
sencillas se convertían en una verdadera complicación.
Una tarea que un compañero la
realizaba en media hora, a él le llevaba una, porque primero la hacía en
borrador, luego se la daba a su mamá o a su papá para que la corrigiera,
después la pasaba en limpio y se la volvía a entregar a su mamá o a su papá para
que le dieran un último vistazo.
No quería sacarse una mala
nota por una falta de atención que hubiera sido evitable. Sus padres y amigos
querían mucho a Facundo porque era incapaz de hacerle mal a alguien, aunque a
veces los cansaba con esa forma de actuar y el interminable listado de
preguntas que hacía para cada tema.
Si quería jugar a un juego
nuevo, sabían que alguien tenía que dejarle las instrucciones o el reglamento
en su casa el día anterior para que los leyera.
Cierta vez, un domingo por la
mañana el papá colocó sobre la mesa dos cajas: una de madera y otra de vidrio
transparente. En la de vidrio, puso los caramelos que más le gustaban a su
hijo.
En la otra, no se veía lo que
había porque era opaca. Llamó a Facundo y le dijo que podía elegir una de las
dos cajas para quedársela. Era un regalo.
Eso sí, tenía que elegir sólo
mirándolas; no podía tomarlas en sus manos y, por lo tanto no podía pesarlas,
ni agitarlas, ni… nada. Se las mostró a Facundo y le pidió que eligiera una
respetando la consigna dada y sin hacer preguntas.
Parecía fácil pero, por la
cabeza de Facundo pasaban innumerables posibilidades. ¿Qué contenía la caja de
madera? Su papá, que lo quería mucho, no podía poner algo feo en ella. Pero en
la otra sí sabía lo que había.
Era algo seguro y además le
gustaban mucho esos caramelos. Después de un largo rato de meditar, se decidió.
Sin embargo, parecía que la mano no le respondía, porque tardó una enormidad de
tiempo en tomar la caja de madera.
Cuando la abrió, vio que
dentro había una copia de las llaves de su casa. De inmediato le dio un abrazo
a su papá, porque hacía mucho que se las había pedido.
-¿Por qué elegiste esa caja,
si no sabías que tenía dentro?
-Porque no puedo esperar nada
malo de vos y entonces me di cuenta de que es bueno ser prudente, pero tenemos
que confiar en los demás, sobre todo si sabemos que es alguien que nos quiere.
Es importante saber confiar aunque no tengamos todas las seguridades. Me parece
que, en varias oportunidades, me perdí de muchas cosas mejores de las que
conseguí y eso fue por no arriesgarme.
Escrita por: Juan Carlos Pisano y María Inés Casalá
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